Romanos 1.21–32
Había una vez cinco
hijos que vivían con su padre en un palacio en las montañas. El mayor era un
hijo obediente, pero sus cuatro hermanos menores eran rebeldes. Su padre les
advertía respecto al río, pero no escuchaban.
Un día
tocaron el agua, la corriente los arrastró juntos y se los llevó río abajo. Las
aguas finalmente los arrojaron en la orilla de una tierra extraña, en un país
lejano y en un lugar desolado. Había salvajes en esa tierra.
—No debimos
haber desobedecido a nuestro padre —admitieron—. Estamos muy lejos de casa. Cada
noche encendían una fogata y contaban historias acerca de su padre y su hermano
mayor.
Entonces, una
noche, uno de ellos no apareció. Lo hallaron a la mañana siguiente en el valle
con los salvajes.
—Ya me cansé
de nuestras charlas —les dijo—. ¿De qué sirve recordar? Voy a construir una
gran casa y me estableceré aquí.
Algunos días
más tarde un segundo hermano no apareció. Los hermanos lo hallaron en la falda
de una colina contemplando la choza de su hermano.
—¡Qué
atrocidad! Nuestro hermano es un completo fracaso. ¿Pueden imaginar una acción
más detestable? ¿Construir una choza y olvidarse de nuestro padre? Nuestro
padre se olvidará de nuestro pecado y lo castigará a él.
Los dos hijos
restantes se quedaron cerca al fuego. Entonces, al despertar una mañana, el
hijo menor descubrió que estaba solo. Buscó a su hermano y le halló cerca del
río apilando piedras.
—Es inútil.
Papá no vendrá a buscarme. Solo hay una alternativa. Construiré un sendero
junto al río, para regresar e ir hasta la presencia de nuestro padre. Cuando él
vea lo duro que he trabajado y lo diligente que he sido, no tendrá otra
alternativa que abrirme la puerta y permitirme entrar a casa.
El último
hermano no supo qué decir. Regresó a sentarse junto al fuego, solo. Una mañana
oyó una voz familiar detrás de él.
—Papá me ha
mandado a que te lleve a casa.
El hijo más
joven levantó sus ojos para ver la cara de su hermano mayor.
—¡Viniste a
buscarnos! —exclamó. Por largo rato los dos se abrazaron.
—¿Y tus
hermanos? —finalmente preguntó el mayor.
—Uno
construyó una casa aquí. Otro lo está vigilando. El tercero está haciendo un
sendero río arriba.
Y así el
primogénito se dispuso a buscar a sus hermanos. Primero fue a la choza de techo
de paja en el valle.
—¡Fuera de
aquí, extraño! —gritó el hermano por la ventana
—He venido
para llevarte a casa.
—No es
cierto. Has venido para quitarme mi mansión.
—Esto no es
ninguna mansión —replicó el primogénito—. Es una choza.
—¡Es una
mansión! La mejor de todo el valle. La hice con mis propias manos. Ahora, fuera
de aquí. No puedes apoderarte de mi mansión.
El
primogénito buscó al siguiente hermano. No tuvo que andar mucho. Cuando vio que
el primogénito se acercaba, le gritó:
—¡Qué bueno
que viniste para observar los pecados de nuestro hermano! ¿Te das cuenta de que
le ha vuelto la espalda al palacio? ¿Te das cuenta de que nunca habla de casa? ¡Castígale!
¡Se lo merece! Enfrenta los pecados de nuestro hermano.
—Tenemos que
enfrentar primero los tuyos —dijo el primogénito con dulzura.
—Mis pecados
son nada. Allí está el pecador —exclamó señalando la choza—. Déjame
contarte de los salvajes que se quedan allí…
—Prefiero que
me hables de ti.
—No te
preocupes por mí. Déjame mostrarte quién necesita ayuda
Luego, el hijo mayor
se dirigió al río. Allí, halló al último hermano que estaba metido hasta las
rodillas en el agua apilando piedras.
—Papá me ha
enviado para que te lleve a casa.
—No puedo
hablar ahora. Tengo que trabajar —dijo el hermano sin siquiera levantar la
vista. __le mostraré que valgo la pena. Luego le pediré su misericordia.
—Él ya te ha
dado su misericordia. Te llevaré río arriba.
—¡Cómo te
atreves a hablar con tanta irreverencia! Mi padre no va a perdonar con tanta
facilidad.¡He pecado grandemente!
—No, hermano
mío, no necesitas trabajar mucho. Necesitas mucha gracia. La distancia entre tú
y la casa de nuestro padre es demasiado grande. No tienes suficiente fuerza ni
piedras para construir el camino.
—Sé quién
eres. Eres la voz del mal. Tratas de seducirme y alejarme de mi trabajo
sagrado. ¡Aléjate de mí, víbora! —respondió y le lanzó al primogénito la piedra
que estaba a punto de colocar en el río.
El primogénito
sacudió su cabeza.
—Favor
ganado no es favor. Misericordia ganada no es misericordia.
De modo que el
primogénito se dio vuelta y se alejó. El hermano menor lo estaba esperando
junto a la fogata cuando el primogénito regresó.
—¿Los otros
no vinieron?
—No. Uno
decidió divertirse, el otro juzgar y el tercero trabajar. Ninguno escogió a
nuestro padre.
—¿Y nosotros
regresaremos al Padre? —preguntó el hermano.
—Sí.
—¿Me
perdonará?
—¿Me
hubiera enviado si así no fuera?
Y así el
hermano más joven se subió a la espalda del primogénito y emprendió el camino
hacia el hogar.
1.
El
hedonista construyechozas
Romanos 1.18–32
¿Puedes relacionar al
construyechozas? Antes que anhelar su hogar se contentó con una choza. La meta
de su vida es el placer.
El hedonista navega
su vida como si no hubiera padre en el pasado, presente o futuro. Una vez
quizás hubo un padre en algún punto de un pasado distante, pero ¿qué del aquí y
el ahora? El hijo vivirá sin él. En un lejano futuro podrá haber un padre que
vendrá y lo reclamará. Pero, ¿qué en cuanto a hoy? El hijo forjará solo su
vida. En lugar de aprovechar el futuro se contenta con aprovechar el día.
Pablo tenía
en mente a tal persona cuando dijo: «Cambiaron la gloria del Dios incorruptible
en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles…
honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador» (Ro.1:23, 25).
Los hedonistas hacen canjes calamitosos; cambian
mansiones por chozas y a su hermano por un extraño. Cambian la casa de
su padre por un tugurio en una colina y echan fuera al hijo.
2.
El
criticón buscafaltas
Romanos 2.1–11
El método del segundo
hijo fue sencillo: «¿Por qué lidiar con mis errores cuando puedo concentrarme en las
faltas de otros?»
Es un
criticón. Tal vez sea malo, pero
siempre que pueda hallar a alguien peor, estoy seguro. Alimenta
su bondad con los fracasos de otros. Pero Dios no le sigue al valle. «Por
lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues
en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo
mismo» ( Ro.2:1 ). Es una patraña superficial y Dios no se va a dejar
engatusar por ella.
3.
El
legalista amontonapiedras
Romanos 2.17–3.20
Aquí tenemos
un hombre que ve su pecado y decide resolverlo él mismo. No cabe duda de que el
padre se alegrará al verle. Es decir, si el padre llegara a verlo.
Como ves, el
problema no es el afecto del padre, sino la fuerza del río. ¿Es
el hijo lo bastante fuerte como para construir un sendero río arriba hasta la
casa del padre?
Lo dudo.
Estoy seguro de que no podemos. «No hay justo, ni aun uno» (Ro. 3:10).
Ah, pero lo intentamos. Pensamos:
Si hago esto
Dios me aceptará.
Si enseño
esta clase…
y levantamos una piedra.
Si voy a la
iglesia…
y ponemos la piedra en el agua.
Si doy esta
ofrenda…
otra piedra.
Si aguanto
otro libro de Lucado… diez piedras grandes.
Si leo mi
Biblia, si tengo la opinión acertada respecto a la sana doctrina, si me uno a
este movimiento… piedra, sobre piedra, sobre piedra.
¿El problema? Da cinco pasos, pero tendrás cinco
millones más que dar. El río es demasiado largo. Lo que nos separa de
Dios no es un arroyuelo poco profundo, sino un agitado, caudaloso y aplastante
río de pecado.
Vaya trío, ¿no te
parece?
El primero en
el mostrador de la cantina.
El segundo en
la silla del juez.
El tercero en
la banca de la iglesia.
Aun cuando
pueden parecer diferentes, se parecen mucho. Todos están separados del Padre.
Ninguno pide ayuda. El primero da rienda suelta a sus pasiones, el
segundo vigila a su prójimo y el tercero mide sus méritos. Autosatisfacción. Autojustificación. Autosalvación. La palabra operativa es auto. Autosuficientes. «No les
importa Dios ni lo que Él piense de ellos»
La palabra
que Pablo usa es impiedad ( Romanos 1.18 ). Impiedad. La palabra
se define sola. Una vida sin Dios. Peor que desdeñar a Dios, es descartarlo.
¿Cómo
responde Dios a la vida impía? No lo hace frívolamente. «La ira de Dios se revela desde el
cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con
injusticia la verdad» ( Romanos 1.18 ). El punto principal de Pablo no
es simple. Dios está justamente airado por las acciones de sus hijos.
A la larga,
nos dirá que todos somos candidatos de la gracia, pero no sin antes demostrar
que todos somos desesperadamente pecadores. Tenemos que ver el desastre que
somos antes de que podamos apreciar al Dios que tenemos. Antes de presentar la
gracia de Dios, debemos comprender la ira de Dios.
‘EN MANOS DE LA GRACIA ’ -Max Lucado