jueves, 9 de agosto de 2012

La ParábOla del RíO*


LA PARÁBOLA DEL RÍO
Romanos 1.21–32

Había una vez cinco hijos que vivían con su padre en un palacio en las montañas. El mayor era un hijo obediente, pero sus cuatro hermanos menores eran rebeldes. Su padre les advertía respecto al río, pero no escuchaban.

Un día tocaron el agua, la corriente los arrastró juntos y se los llevó río abajo. Las aguas finalmente los arrojaron en la orilla de una tierra extraña, en un país lejano y en un lugar desolado. Había salvajes en esa tierra.

—No debimos haber desobedecido a nuestro padre —admitieron—. Estamos muy lejos de casa. Cada noche encendían una fogata y contaban historias acerca de su padre y su hermano mayor.

Entonces, una noche, uno de ellos no apareció. Lo hallaron a la mañana siguiente en el valle con los salvajes.
—Ya me cansé de nuestras charlas —les dijo—. ¿De qué sirve recordar? Voy a construir una gran casa y me estableceré aquí.

Algunos días más tarde un segundo hermano no apareció. Los hermanos lo hallaron en la falda de una colina contemplando la choza de su hermano.
—¡Qué atrocidad! Nuestro hermano es un completo fracaso. ¿Pueden imaginar una acción más detestable? ¿Construir una choza y olvidarse de nuestro padre? Nuestro padre se olvidará de nuestro pecado y lo castigará a él.

Los dos hijos restantes se quedaron cerca al fuego. Entonces, al despertar una mañana, el hijo menor descubrió que estaba solo. Buscó a su hermano y le halló cerca del río apilando piedras.
—Es inútil. Papá no vendrá a buscarme. Solo hay una alternativa. Construiré un sendero junto al río, para regresar e ir hasta la presencia de nuestro padre. Cuando él vea lo duro que he trabajado y lo diligente que he sido, no tendrá otra alternativa que abrirme la puerta y permitirme entrar a casa.

El último hermano no supo qué decir. Regresó a sentarse junto al fuego, solo. Una mañana oyó una voz familiar detrás de él.
—Papá me ha mandado a que te lleve a casa.
El hijo más joven levantó sus ojos para ver la cara de su hermano mayor.
—¡Viniste a buscarnos! —exclamó. Por largo rato los dos se abrazaron.
—¿Y tus hermanos? —finalmente preguntó el mayor.
—Uno construyó una casa aquí. Otro lo está vigilando. El tercero está haciendo un sendero río arriba.

Y así el primogénito se dispuso a buscar a sus hermanos. Primero fue a la choza de techo de paja en el valle.
—¡Fuera de aquí, extraño! —gritó el hermano por la ventana
—He venido para llevarte a casa.
—No es cierto. Has venido para quitarme mi mansión.
—Esto no es ninguna mansión —replicó el primogénito—. Es una choza.
—¡Es una mansión! La mejor de todo el valle. La hice con mis propias manos. Ahora, fuera de aquí. No puedes apoderarte de mi mansión.

El primogénito buscó al siguiente hermano. No tuvo que andar mucho. Cuando vio que el primogénito se acercaba, le gritó:
—¡Qué bueno que viniste para observar los pecados de nuestro hermano! ¿Te das cuenta de que le ha vuelto la espalda al palacio? ¿Te das cuenta de que nunca habla de casa? ¡Castígale! ¡Se lo merece! Enfrenta los pecados de nuestro hermano.
—Tenemos que enfrentar primero los tuyos —dijo el primogénito con dulzura.
—Mis pecados son nada. Allí está el pecador —exclamó señalando la choza—. Déjame contarte de los salvajes que se quedan allí…
—Prefiero que me hables de ti.
—No te preocupes por mí. Déjame mostrarte quién necesita ayuda

Luego, el hijo mayor se dirigió al río. Allí, halló al último hermano que estaba metido hasta las rodillas en el agua apilando piedras.
—Papá me ha enviado para que te lleve a casa.
—No puedo hablar ahora. Tengo que trabajar —dijo el hermano sin siquiera levantar la vista. __le mostraré que valgo la pena. Luego le pediré su misericordia.
—Él ya te ha dado su misericordia. Te llevaré río arriba.
—¡Cómo te atreves a hablar con tanta irreverencia! Mi padre no va a perdonar con tanta facilidad.¡He pecado grandemente!
—No, hermano mío, no necesitas trabajar mucho. Necesitas mucha gracia. La distancia entre tú y la casa de nuestro padre es demasiado grande. No tienes suficiente fuerza ni piedras para construir el camino.
—Sé quién eres. Eres la voz del mal. Tratas de seducirme y alejarme de mi trabajo sagrado. ¡Aléjate de mí, víbora! —respondió y le lanzó al primogénito la piedra que estaba a punto de colocar en el río.
El primogénito sacudió su cabeza.
Favor ganado no es favor. Misericordia ganada no es misericordia.

De modo que el primogénito se dio vuelta y se alejó. El hermano menor lo estaba esperando junto a la fogata cuando el primogénito regresó.
—¿Los otros no vinieron?
—No. Uno decidió divertirse, el otro juzgar y el tercero trabajar. Ninguno escogió a nuestro padre.
—¿Y nosotros regresaremos al Padre? —preguntó el hermano.
—Sí.
—¿Me perdonará?
—¿Me hubiera enviado si así no fuera?
Y así el hermano más joven se subió a la espalda del primogénito y emprendió el camino hacia el hogar.





1.
El hedonista construyechozas
Romanos 1.18–32
¿Puedes relacionar al construyechozas? Antes que anhelar su hogar se contentó con una choza. La meta de su vida es el placer.
El hedonista navega su vida como si no hubiera padre en el pasado, presente o futuro. Una vez quizás hubo un padre en algún punto de un pasado distante, pero ¿qué del aquí y el ahora? El hijo vivirá sin él. En un lejano futuro podrá haber un padre que vendrá y lo reclamará. Pero, ¿qué en cuanto a hoy? El hijo forjará solo su vida. En lugar de aprovechar el futuro se contenta con aprovechar el día.
Pablo tenía en mente a tal persona cuando dijo: «Cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles… honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador» (Ro.1:23, 25). Los hedonistas hacen canjes calamitosos; cambian mansiones por chozas y a su hermano por un extraño. Cambian la casa de su padre por un tugurio en una colina y echan fuera al hijo.

2.
El criticón buscafaltas
Romanos 2.1–11
El método del segundo hijo fue sencillo: «¿Por qué lidiar con mis errores cuando puedo concentrarme en las faltas de otros?»
Es un criticón. Tal vez sea malo, pero siempre que pueda hallar a alguien peor, estoy seguro. Alimenta su bondad con los fracasos de otros. Pero Dios no le sigue al valle. «Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo» ( Ro.2:1 ). Es una patraña superficial y Dios no se va a dejar engatusar por ella.

3.
El legalista amontonapiedras
Romanos 2.17–3.20
Aquí tenemos un hombre que ve su pecado y decide resolverlo él mismo. No cabe duda de que el padre se alegrará al verle. Es decir, si el padre llegara a verlo.
Como ves, el problema no es el afecto del padre, sino la fuerza del río. ¿Es el hijo lo bastante fuerte como para construir un sendero río arriba hasta la casa del padre?
Lo dudo. Estoy seguro de que no podemos. «No hay justo, ni aun uno» (Ro. 3:10). Ah, pero lo intentamos. Pensamos:
Si hago esto Dios me aceptará.
Si enseño esta clase… y levantamos una piedra.
Si voy a la iglesia… y ponemos la piedra en el agua.
Si doy esta ofrenda… otra piedra.
Si aguanto otro libro de Lucado… diez piedras grandes.
Si leo mi Biblia, si tengo la opinión acertada respecto a la sana doctrina, si me uno a este movimiento… piedra, sobre piedra, sobre piedra.
¿El problema? Da cinco pasos, pero tendrás cinco millones más que dar. El río es demasiado largo. Lo que nos separa de Dios no es un arroyuelo poco profundo, sino un agitado, caudaloso y aplastante río de pecado.




Vaya trío, ¿no te parece?
El primero en el mostrador de la cantina.
El segundo en la silla del juez.
El tercero en la banca de la iglesia.
Aun cuando pueden parecer diferentes, se parecen mucho. Todos están separados del Padre. Ninguno pide ayuda. El primero da rienda suelta a sus pasiones, el segundo vigila a su prójimo y el tercero mide sus méritos. Autosatisfacción. Autojustificación. Autosalvación. La palabra operativa es auto. Autosuficientes. «No les importa Dios ni lo que Él piense de ellos»

La palabra que Pablo usa es impiedad ( Romanos 1.18 ). Impiedad. La palabra se define sola. Una vida sin Dios. Peor que desdeñar a Dios, es descartarlo.

¿Cómo responde Dios a la vida impía? No lo hace frívolamente. «La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad» ( Romanos 1.18 ). El punto principal de Pablo no es simple. Dios está justamente airado por las acciones de sus hijos.

A la larga, nos dirá que todos somos candidatos de la gracia, pero no sin antes demostrar que todos somos desesperadamente pecadores. Tenemos que ver el desastre que somos antes de que podamos apreciar al Dios que tenemos. Antes de presentar la gracia de Dios, debemos comprender la ira de Dios.


‘EN MANOS DE LA GRACIA’ -Max Lucado